Huella del agua en Chile: una herramienta para la gestión sustentable y la seguridad hídrica

¿Cuánta agua dulce cuesta fabricar un kilo de carne o una prenda textil? La huella hídrica es una herramienta que ayuda a responder esta pregunta y a planificar de mejor forma los recursos hídricos con los que contamos.

Conocer cuánta agua necesitamos para producir bienes y servicios —a nivel local e internacional— nos permite tener una visión integral de esta materia. Sin embargo, la advertencia está en enfocar todo a la eficiencia hídrica no permitirá combatir la escasez realmente, pues para eso se necesita abordar de manera integrada la gestión de los recursos hídricos.

El sitio Ciperchile presentó un artículo sobre la perspectiva de los autores en base a su experticia en la temática, y se sustenta en información generada por el Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (ANID/FONDAP/15130015) y los resultados de diversos proyectos de investigación en los que los autores que participaron.

Según el artículo, la escasez hídrica que atraviesa Chile se debe a diversos factores. Uno de ellos es que no cuenta con la suficiente información para saber cuánta agua se tiene en un territorio determinado, y cuánto se debe gastar en los diferentes consumos a los que se destina. Esto podría solucionarse, en gran medida, si la gestión de los recursos se hiciera en base a las cuencas hidrográficas — entendidas como el territorio a través del cual las aguas son drenadas por un único río o cuerpo de agua—, lo que ayudaría a implementar estrategias de manejo integrado que conecten la información sobre el agua que tenemos, lo que podemos gastar y lo que necesitamos.

Ahora bien, para implementar estas estrategias se requiere el uso de indicadores que permitan planificar, establecer metas y verificar los avances logrados. Uno de estos indicadores es la huella del agua (o huella hídrica), entendida como el volumen total de agua dulce necesario para producir los bienes y servicios, o en términos más simples: ¿cuánta agua es necesaria para obtener un kilo de carne, fabricar una tableta de chocolate, una camiseta, o cualquier producto?

Hoy se abre una ventana importante para incorporar la perspectiva dada por este indicador a las políticas de desarrollo y protección del medio ambiente, debido a la nueva institucionalidad hídrica que debiese crearse bajo el alero del recientemente anunciado Ministerio de Obras Públicas y Recursos Hídricos, y que incluiría la creación de una Subsecretaría vinculada a los Recursos Hídricos.

En esta columna, los autores desarrollarán el concepto de “huella hídrica”, las diferencias que este indicador tiene con otros utilizados para cuantificar el consumo de agua, y argumentarán cómo su implementación como medida de gestión puede servir para tener una visión integral del agua y poner de manifiesto la influencia que tiene el mercado sobre las situaciones de escasez hídrica que vivimos en nuestro país. Finalmente, se argumentará que si bien la mayor notoriedad que ha ganado la huella hídrica a nivel nacional durante los últimos años es un aspecto positivo, se debe tener cuidado de que la aplicación de este u otro indicador no lleve a un sobre enfoque en medidas de eficiencia hídrica, en desmedro de la perspectiva integrada con la que debe abordarse la gestión de los recursos.

LA HUELLA HÍDRICA FRENTE A OTROS INDICADORES

Las primeras aproximaciones metodológicas a la huella hídrica fueron desarrolladas por Arjen Hoekstra en 2002, con el objetivo de determinar “la cantidad de agua consumida y contaminada necesaria para producir bienes y servicios a través de su cadena de suministro” (WFN, 2021). En el caso de las aproximaciones más nuevas a este indicador, la huella hídrica también es entendida como una medida del impacto ambiental asociado con la extracción y uso de los recursos hídricos.

Tradicionalmente, las evaluaciones de los usos del agua se realizaban exclusivamente midiendo o estimando las captaciones de las fuentes superficiales o subterráneas de un área específica, ignorando la producción de bienes y servicios finales, y sin tener en cuenta que la obtención de dichos productos requiere largas cadenas de producción que involucran consumos e impactos ambientales dentro de cada una de las etapas y zonas geográficas.

La huella hídrica trata de suplir esta deficiencia, al evaluar el nivel de apropiación e impacto sobre los recursos hídricos de toda la cadena de producción necesaria para obtener un bien, incluyendo la extracción y procesamiento de las materias primas, los procesos industriales de manufactura, y toda la operación logística de transporte y distribución. Por ejemplo, si se consideran todas las etapas antes descritas, se estima que en promedio se requieren del orden de 110 litros de agua para obtener una copa de vino, o alrededor de 2.720 litros para manufacturar una polera de algodón.

Pero, ¿cuál es la importancia de determinar los impactos ambientales o el consumo de recursos a lo largo de la cadena de suministro de un bien o servicio? Principalmente, dicha aproximación obedece a la necesidad de comparar el desempeño ambiental de distintos productos, lo que puede servir como base para el desarrollo de políticas públicas de producción y consumo sustentable.

Se estima que en promedio se requieren 110 litros de agua para obtener una copa de vino, o alrededor de 2.720 litros para manufacturar una polera de algodón

  • Un ejemplo intuitivo (y actual) de la importancia de este enfoque lo constituyen los autos eléctricos. Si bien este tipo de medio de transporte no genera emisiones de gases durante su operación, si la fuente de electricidad desde la que se realiza la carga de la batería se sustenta principalmente en el uso de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural, el efecto neto no es necesariamente una disminución en las emisiones de gases de efecto invernadero, si no que el desplazamiento (o incluso el incremento) de estas desde una etapa del ciclo de vida a otra.

Otra característica relevante de la huella del agua es que, a diferencia de otros indicadores que cuantifican exclusivamente la captación o consumo de aguas superficiales o subterráneas (agua azul), la metodología de la WFN también considera en su cálculo el volumen de aguas lluvias que es apropiado desde el suelo (agua verde), y el volumen de agua necesario para diluir los contaminantes generados por las actividades humanas hasta un nivel ambientalmente tolerable.

Ambos elementos añaden dimensiones importantes al análisis de la sustentabilidad del uso de los recursos hídricos, que son completamente ignorados si se usan exclusivamente indicadores del volumen de agua captado desde un cuerpo acuático. Por una parte, el agua verde es un elemento productivo de especial importancia en la agricultura, cuya evapotranspiración (vale decir, la suma del agua evaporada desde el suelo y el agua transpirada por las plantas) impide que las precipitaciones lleguen a los cursos de agua, mientras que el agua gris representa una estimación del efecto que tienen las actividades productivas sobre la contaminación de las aguas, aspecto estrechamente vinculado con el estado de degradación de los ecosistemas acuáticos.

Componentes de la huella hídrica de acuerdo a la WFN (González et al. 2020)

Durante los últimos años, ha irrumpido también la aplicación de metodologías enmarcadas en el Análisis de Ciclo de Vida (ACV)2, cuyo objetivo es la cuantificación del impacto ambiental asociado al uso del agua, lo que representa un avance con respecto al enfoque de la WFN al reconocer que extraer un volumen de agua desde una cuenca con alta disponibilidad de agua no genera el mismo impacto que hacerlo en una cuenca ubicada en una zona con un alto nivel de escasez hídrica o contaminación. En Chile, el uso de la huella hídrica y otros indicadores basados en ACV como base para una gestión sustentable de distintos aspectos vinculados al agua ha sido promovido tanto por instituciones académicas como por iniciativas públicas y privadas, entre las que se encuentran la Universidad Católica de Chile (Donoso et al. 2016), la Universidad de Concepción y el CRHIAM (Cartes et al. 2018, Casas et al. 2017, Novoa et al. 2019), y Fundación Chile (Fundación Chile, 2021a), entre otros.

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