Ha pasado más de una década de la que fue considerada la primera crisis financiera global del siglo XXI, que en 2008 detonó en los Estados Unidos y se extendió a Europa para hacerse sentir finalmente en todo el mundo. Fue la llamada «crisis de las subprimes», generada por el colapso provocado por el manejo de bonos hipotecarios sin respaldo. La consecuencia fue el subsiguiente fenómeno de quiebras y pánico que llevó a una carencia generalizada de crédito. Las megaoperaciones de inyección de fondos, si bien no lograron evitar la quiebra de entidades financieras emblemáticas como Lehman Brothers, fueron rescates extraordinarios que, no obstante las críticas, permitieron que el sistema bancario recuperara estabilidad.
En esa crisis profunda, hubo un tipo de bancos que no solo no sufrieron los mismos problemas, sino que vieron crecer sus activos y recibieron nuevos clientes que descubrían que podían obtener retornos a sus ahorros de una manera diferente. Son conocidos como «bancos éticos» o «bancos con valores», lo que no quiere decir que otros bancos carezcan de principios éticos que respetan.
El origen de estas entidades se remonta a casi medio siglo, cuando nacen instituciones en Alemania (GLS Bank) y en Holanda (Triodos Bank) que buscaban darle un sentido social de la banca a partir de una reflexión -inspirada en buena medida por los escritos de Rudolf Steiner- sobre el uso consciente del dinero. Paulatinamente fueron surgiendo otros bancos en Europa y América del Norte que hicieron de la ética y la sustentabilidad sus pilares centrales. Y la ola sumó en esa tendencia a los «bancos verdes», a los de microcréditos y a los de origen cooperativista.
Los bancos éticos suelen presentarse bajo un conjunto de principios claramente definidos, que no pueden faltar en sus estatutos ni en las prácticas bancarias. En primer lugar, la transparencia: saber de dónde viene el dinero del banco y adónde se destina. Cada proyecto en el que se invierte se conoce, pudiendo así entender el ahorrista y el inversor en qué se usan sus aportes. En segundo lugar, el banco se maneja con sectores priorizados, aptos para apoyar proyectos con impacto ambiental y social positivos, buscando así el triple resultado. A la vez, definen criterios de no participación en proyectos donde se identifica que hay trabajo infantil o no se respetan normas ambientales.
Un principio central para estos bancos es que construyen resiliencia, y lo hacen centrándose en el largo plazo con los clientes y con las empresas a las que buscan servir. Plantean también exigencias en el modelo de gobernanza, que debe ser transparente e inclusivo.
En América Latina, y en la Argentina en particular, están surgiendo iniciativas bajo los principios de banca ética. De esta manera, la expansión de este modelo de bancos crea una opción concreta para que el dinero se oriente a inversiones que agreguen valor al desarrollo, inclusión al crecimiento y sustentabilidad a los desafíos ambientales.
El impulso que dan a las finanzas éticas organizaciones sociales como la Fundación Avina, la Fundación Dinero o Conciencia incentiva un mayor compromiso de la banca comercial tradicional, respaldado por normativas que resguarden su crecimiento dentro de ese marco de valores. Cuanto más crezcan la banca ética y su paradigma, más rápido se alcanzarán los objetivos de desarrollo sostenible, pues las iniciativas que en ellos se encuadren contarán con esa fuente de financiamiento.